jueves, 25 de agosto de 2011

Y aún hay más...


A ver si me ayudáis a definirme un poco:

Os acordáis de cuando estuve con las pastillas y un profe en la fac me dijo un día: Esther, últimamente se te ve mucho más contenta; a lo cual yo respondí (con una sonrisa enorme): deben ser los antidepresivos.

El otro día en LP me sirvieron aquel maravilloso y cuasiorgásmico yogurt helado con sirope de chocolate, pepitas de chocolate y conguitos con chocolate y le dije al tipo (con una sonrisa enorme): Es que tengo una carencia.

Hace aún menos tiempo mientras hablaba con mi padre por teléfono me llamaron del móvil de urgencias. Lo encendí solo para decirles que se esperaran un momento. Acabé de hablar con mi padre y aprox unos 3 minutos después me puse de neuvo al auricular y le dije a la tipa (con una sonrisa enorme, que ella nunca vería): perdona haberte hecho esperar, pero me acaban de decir que mi padre tiene un tumor en el riñón.



lunes, 22 de agosto de 2011

The tea is already IN my belly.


Siempre tengo la misma sensación de que cada grito que surge de una garganta rugosa significa “desgracia”. Es por eso que cuando me pareció escuchar mi nombre de la manera más desgarradora posible, lo ignoré. Un reguero de sangre y crujidos de hueso explotó en la zona de visión de mi cerebro, de nuevo. Otra de tantas veces... No le di la menor importancia hasta que mi oído derecho volvió a captar el desolador grito de angustia.


Desde la terraza mis ojos captaron fugazmente la visión de Mónica con el podenco en brazos. Sus rodillas estaban parcialmente flexionadas bajo ese vestido largo, su espalda corva tributaba la gravedad de estas latitudes mientras la desfiguración tomaba presos sus carrillos.

Aún estaban mis ojos contemplando esa imagen cuando mi cuerpo bajaba a toda prisa por las escaleras. Lo único que agarré de la casa fueron las llaves de la clínica y una entereza surgida de lo más adentro de mis entrañas. Mónica estaba a punto de desplomarse y sin más explicación que la palabra “camión” comenzamos el largo camino pasadas dos calles hasta las puertas de la clínica veterinaria.

Duna, la pequeña mestiza de 4 meses, se tomaba la carrera a juego. Mientras tanto la cadera del Poden y su pata derecha bailaban salsa entre nuestros brazos resbaladizos de cortisol. Con sus 20 Kg de peso tuvimos que transvasárnoslo una y otra vez a propósito de que no cesase su baile.

Abrí sin que mis dedos convulsionaran los tres cerrojos de la puerta que nos llevaría a lo que esperábamos fuera una parada de hemorragia y una piscina de sedativos y analgesia.

Luis llegó (parece ser que le grité algo dirección a su cama cuando ya bajaba por las escaleras de la casa) y se arrodilló junto al atropellado. De nuevo, una visión fugaz de su palidez (contraste con sus ojos negros y boca roja, abierta) acompañó a mi nervio óptico mientras mi cuerpo luchaba por manejar la urgencia.

Mónica y yo nos movíamos acompasadas a lo largo de la habitación, de los pasillos del entramado de la clínica, entre comandos cortos de división de responsabilidades. No hubo tiempo ni para los zombies.

Piel, venas, sangre, shock, fluidos, drogas. Sangre.

Sudor, alaridos, sangre, ecografía, palidez.

Femoral, piel, vejiga, midriasis, bazo, alaridos.

Llamo por teléfono al resto de compañeros de trabajo: nos lo llevamos a otra clínica.

Ahora, tres días después, está en casa. Me ha despertado a las 4am con un sollozo desesperado. Por qué el dolor siempre espera a la noche para hacer su aparición? Qué pacto oculto existe entre la malaventurada luna y la angustia de la desesperación?

Poden tiene rota la cadera por al menos 3 sitios y una fractura conminuta de fémur. Es un puro hematoma enfisematoso, todo él.

Tengo sueño. No puedo volver a dormir.