Me encontré asomada por la barandilla de la cocina, mirando hacia la cama
situada justo a tres metros bajo tierra. Sentí algo curioso detrás de mis ojos,
lo que no podría describir de otra manera mas que como vacío. Al momento de la evocación de esa palabra, mis lágrimas confluyeron
en el punto más convexo de aquellos otros y escaparon del frío de mis adentros.
Cayeron sobre las sábanas, al igual que la manzana que simulaba la moción de mi
cuerpo y al igual que la imagen de mi ser partiéndose el cráneo contra la
mesilla de noche.
Durante el día de hoy, ha sido el agua la que ha dado rienda suelta a mi
imaginación. Por un instante he visto mi cuerpo zambulléndose (pies a la
cabeza) en el gélido canal que pasa en frente de mi casa. De esta manera,
pensé, volveré a recuperar la capacidad de sentir, despertaré de este estado de
meseta de insensibilidad. Quizá, incluso, pueda volver a criar esperanza, sueños,
ilusiones. Con suerte, este agua pútrida del centro de la ciudad pueda crear en
mi el impulso necesario para saltar de la cama, para luchar contra la relación
de gravedad no estudiada entre un alma depresiva y el olor a suavizante que desprenden
unas sábanas blancas.
Y ahora me quedo a solas con las horas restantes para preguntarme:
qué me deparará
el día de mañana?