Queridos vosotros,
Me veo en la necesidad de poneros en circunstancia cuando os digo que justo
ayer acabé mi periodo menstrual y que, por lo tanto, la falta de aliento y las ganas de deshidratar no provienen de mi
tan conocido desequilibrio hormonal, sino del libro que me acompaña durante
este desayuno. Ahora mismo me habla del utilitarismo, doctrina que ha estado
guiando la sombra de mi vida desde que en algún curso de la secundaria
Aristóteles llegó a mis adentros y me
convirtió al eudemonismo. Hace exactamente seis meses mi cerebro se llenaba con
el mismo tipo de conocimientos ajenos – aquella vez proporcionados por la
maravillosa idea de los MOOC -, mis neuronas se retorcían con el dolor de la
inmoralidad y mis ojos, de nuevo, se regocijaban con el sentimiento de pérdida
del sentido de la justicia. Decidí olvidarlo todo.
Sin embargo, en este Caos de la vida, todo sigue un curso. Y la paradoja
moral parece perseguirme. En estos momentos de necesidad de un alma afín
dispuesta a filosofar sobre ciertos conceptos capaces de generar vívidas
pesadillas, me encuentro en soledad, con mi té. Y la lluvia.
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