Ayer me llamó Mari Carmen, la peluquera, y quedamos para hacer unas compras de super y tomar pizza en su casa, y ver una peli, y fumarnos un cigarro :). Me lo pasé bien. Es bastante diferente a mí, pero es una chica majeta.
Ah! No os preocupéis de más por lo del frío. Ahora ya tengo bombona (me llevó MC ayer a la gasolinera y pillé una bomboniiiica de rico butano)! Es verdad que me intoxica… por ejemplo en esa siesta inesperada en la que he caído inconsciente en el sofá a pocos cm’s de la yonkilítica… o también cuando, después de comer y llevando ya unas horas en el saloncito-cocina con la yonki puesta, me he sentido un tanto “mareadilla” y he decidido, gracias a los sabios consejos de mi madre, volver a intentar encontrar cualquier café abierto en el pueblo donde me dieran un cafelico y pudiera sentirme acompañada por presencias ajenas (esta mañana, cuando he ido a explorar el lugar, he estado una hora paseando cual turista, encontrando todos y cada uno de los bares cerrados… a las 11 am de un domingo! Dónde queda mi café de fin de semana?!).
Al final, esta tardé sí que encontré un sitio para entretenerme entre viejetes masculinos. Al principio vi más de un lugar abierto (ooowoo!), pero eran tipo PUB, y con un montón de “gente con amigos” dentro(Ajo, no sé si lees esto, pero al escribirlo te he imaginado sonriendo) y un ambiente oscurito (de luces, quiero decir). Yo iba preparada con una revistita de leishmania, un libro para leer (ahora leeréis vosotros también un poco) y mi cuadernito para escribir (siempre, mi cuadernito para escribir) y no quería poca luz. [Era una visión bastante graciosa: fuera, en la calle, con un frío y viento de esos que te pelan la piel, observando a la gente disfrutar mientras se tomaban algún tipo de calentador espiritual rodeados de amigos profesando amor, con una luz cenital cálida y tenue, llenos de sonrisas. Yo seguía, como siempre, embutida en mi abrigo rojo, 3 tallas grandes (creo que ya lo conocéis, si no, haced memoria) ]. Finalmente encontré el bar Barro, o algo así… Estuve casi tres horas dando rienda suelta a mis ansias de aprender, de hacer esquemas (DIOS, me quiero saltar la parte en la que me ha vuelto a doler la muñeca y en la que casi, casi, caigo en uno de esos mil tipos diferentes de tristeza profunda que soy capaz de generar, pero he seguido aprendiendo cosas y he conseguido mantener ese sentimiento tan destructor fuera de mis ojos), y de leer y leer a la pobre Elsa, venida de la mano artística de Adelaida García Morales, de “El silencio de las Sirenas”:
“… al volver, la sombra de un pájaro de la noche cruzaba la fachada de mi casa. Entré nerviosa y huyendo de los pájaros negros. En el interior sólo había silencio. Tu carta no estaba en ninguna parte. Ahora, al menos, he decidido no esperarla. Me marcho por las tardes, muy temprano, y regreso ya de noche para olvidarme del cartero, quien rara vez baja hasta mi calle, y, cuando lo hace, pasa por delante de mi puerta sin llamar. Estoy aceptando ya que nunca me vas a escribir, que quizá nunca te vea. Algo así como si no existieras, como si jamás hubieras existido. Quiero creer que yo no soy esta que te ama, esta que piensa en ti de manera obsesiva, esta que me destruye y me domina para conducirme a la desesperación. Yo no soy esta que te espera, que sueña contigo y que ya casi no es otra cosa que tú. No soy esta que me trae el deseo de morir y que siente que todo cuanto no sea vivir contigo este amor que ensueño es destrucción, condena, oscuridad. Por eso necesito negarte dentro y fuera de mí, ser más fuerte incluso que esos sueños de amor que me traicionan tantas noches. Procuro pasar las tardes en las montañas, siempre sola, en los lugares más bellos, entre árboles frondosos y arroyos de agua transparente. Huyo de ti pero tú estás en todas partes. Y ahora sé que no hay rincón en este mundo donde yo pueda esconderme de esa sombra tuya que ya tanto me entristece. Quisiera no escribirte siquiera, pero ya ves, no me es posible. Una vez más compruebo, con desesperanza, que a mi amor no se le permite otra vía de realización que la de ser escrito para ti.
Me gusta escuchar lo que siempre es lo mismo, lo que nunca cambia, como el sonido del viento o el silencio de las montañas. Si yo pudiera no pretender nada… no desear nada… La muerte me amenaza desde todas partes. Qué escándalo envejecer y morir! El sonido del viento siempre me lleva muy lejos y me ayuda a descansar, como cuando era niña. Ni siquiera el Dios único tiene poder para acercarte a mí. O quizás sólo se lo impida su indiferencia. El mundo parece el mismo en todas partes, pero no es así. Pues aquí, en esta aldea, marginada de la historia y lejos de los que rigen los destinos humanos, me parece haber caído en un mundo otro, enigmático, cruel. Aquí pasan los días como las hojas de un libro. Tengo la impresión de estar tocando ya el final con una mano. Soy demasiado débil y mi desesperanza, en cambio, es demasiado grande para esta soledad de las montañas. Me siento subida a una extraña plataforma aérea, lanzada ya hacia la muerte. Y tú, Agustín (Nota de Esther: léase, susodicho), me destruyes. Mira cómo me haces enfermar: débil por ti, enloquecida por ti, que sólo me das tu silencio. Pero ya he aprendido a escuchar tu voz sin que me hables, y eso es lo peor. Pues ahora sé que tu silencio no es silencio, ni tu indiferencia, indiferencia. O quizá sólo sea mi esperanza disparatada que me hace inventar un fantasma, tú, con los sentimientos que deseo.”
Y luego un par de cachos de continuación, sueltos:
“ – Yo creo que lo que tienes que preguntarte es otra cosa- le dije, identificada con mi papel de persona sensata-. Por qué él no te escribe, ni te llama? Por qué está tan ajeno a esa historia? Por qué no hay ningún eco en él de todo lo que te ocurre a ti, solamente a ti?”
“No puedo, no puedo. De la misma manera que tampoco puedo volar. Es esa misma calase de impotencia. No depende de mí.”
“Querido Agustín, no puedo dejar de escribirte, pues sólo al hacerlo siento que, de alguna manera, puedo descansar. Te abrazo. Elsa.”
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