jueves, 28 de abril de 2011

El Hierro III

El otro día hice galletas, y me quemé con el horno. :)

Os cuento a´si rápido, para vuestra info (pero no quiero hablar más del tema): El jefe me cabreó de nuevo hoy, y yo ya le dije de hablar. Saltándome detalles, lo que se ha sacado en claro es que:

- - Me ha contado el mismo rollo de siempre de lo bueno que es él y lo mal que trabajan los demás.

- - Me ha dicho que soy la que menos derecho tiene a quejarse porque a mí nunca me ha gritado. Que voy de “abogada del diablo” (qué coño significa eso? Nunca lo he entendido!Jaja, yo puse cara de póker!). Que no vaya de víctima.

- - Que nadie está obligado, y que la puerta ya sé dónde está.

- - Por mi parte, le he dicho que nosotros no hacemos las cosas para hacer mal (parece que así piense..), que el ambiente que hay en la clínica me tensa y que parece que no disfrute con nosotros trabajando a su lado (en la clínica, vamos)

La cosa ha quedado más o menos bien: él ya sabe que no estoy del todo a gusto y la conversación ha sido más o menos fluida. Nada más acabar me ha dicho que pase una consulta con él y me ha invitado a auscultar al perro y todo O.O. A ver cómo están las cosas los próximos días…

Sigo contando de El Hierro:

Subí, subí y subí por la carretera. Di marcha atrás para ver mejor un cartelito y aquí es cuando casqué el coche. Una marcha atrás completamente innecesaria, una piedra demasiado al borde del camino y una intrépida Esther para conducir. Paré en un mirador que en ese momento, con mi padre al teléfono gritándome de todo por dormir en el coche, no me pareció maravilloso. Reposé la respiración y los pulmones y de vuelta a la marcha. La carretera, de neuvo, increíble. Eso sí, mil y mil curvas mortales (una vez casi me meto por el barranco del infierno) (por cierto, no he visto tanto barranco junto en mi vida, menudo sur de la isla!). Si aquí ya empecé a temer por mi vida, fue exclusivamente porque no sabía lo que me tocaba pasar después.

Intenté pararme para bajar al Faro andando (os estoy RESUMIENDO, con palabras grandes), pero comenzó a llover (lluvia considerada por mí como otra muestra de mi unión a la climatología). Seguí y seguí… dirección a la CARRETERA DE LA MUERTE.

Yo estaba arriba.

Tenía que bajar a nivel del mar.

Sólo nos unía una línea (o una circunferencia espiralizada, mejor dicho) tapizada de asfalto.

Comencé mi camino…

Cada giro me mostraba la terrible caída directa hacia el mar, que esperaba con los brazos abiertos a que YO cometiera algún pequeño error, tuviera alguna distracción (…ejem…) o sufriera un ligero desliz en cuanto a la adherencia de las ruedas. Podéis imaginar la jugada que mi imaginación macabra me hizo pasar. Casi rezo y todo.

En un momento, ya llegando casi abajo (justo después de que la crisis epiléptica repentina (menor que al del Escorial, no os preocupéis, me estoy haciendo inmune a ello) comenzara a decrecer), se cruzaron unos guardias civiles en coche (o policía o lo que sean) conmigo y me preguntaron qué cómo iba. Con el sudor en la frente y el brazo asomando por la ventanilla les tranquilicé y mentí al no contarles que no estaba confesada porque no había ni cobertura en el lugar. De otra forma, os hubiera llamado para informaros de mis últimos deseos en vida. Qué acojone pasé…

Al llegar a nivel del mar, lo primero fue parar el coche y acercarme a mi agua preciada para que me tranuqilizara con su canto. Un caminito rodeado de piedras sin igual.

Continué al Pozo de la Salud, donde una buena samaritana sufrió de cargo de conciencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.